(PRIMERAS EXPLORACIONES)

No sé si dejar esto como Fase 1 o no. Creo que no da el tono con el resto de las fases. Y podría desconcertar al lector. Posiblemente pueda retrabajarla como Fase III.

i

—¿Mario?
—¿Sí?
—¿Eres tú?
—Sí, claro que soy yo.
—¿Qué haces? ¿Saliste?
—No, para nada. Me dormí poco después que tú.
—¿Qué es ese ruido allá abajo?
—La lavadora.
—¿A esta hora?
—La puse para que el mantel esté limpio mañana cuando desayunemos.
—¿Qué? ¿Estás loco o qué te pasa?
—Tranquila. Todavía estás medio dormida. ¿Qué soñaste?
—No sé… que tú te levantabas de la cama y bajabas las escaleras. Y abajo escuchaba ruidos, como una discusión.
—No te preocupes. Vuélvete a dormir.
—Tengo miedo. ¿Me abrazas?
—Ahorita. Sólo necesito bajar para terminar de ver lo del mantel. Mientras trata de volver a dormir.
—Pero…
—No me tardo.
—¿Y los niños?
—Vengo de verlos. Todo va bien. Vuélvete a dormir. Vas a ver que así se arregla todo. Cuando despiertes no recordarás nada.

ii

Una pieza (o su curaduría) para museo/exhibición que se trata de un sueño a dúo, de lograr ciertas imágenes, colores, emociones, recuerdos de infancia, sus posibles combinaciones (como de colores en una paleta o de materiales) y el proceso para lograrlo. Por supuesto, se vende. O intangible, venta de almohada/colchón como piezas.

La pieza (o su curaduría) en cuestión trataría

iii

Una organización por la paz utiliza el siguiente método: toma los sueños de gente que ha sufrido la guerra (PTS) y los inyecta a otros [quiénes, cómo los eligen]. Pero hay algo raro en el proceso, porque ya nos e trata de compasión, en realidad se pierde la división con el otro y es uno mismo.
Lo que al final hace dudar si verdaderamente se trata de una agencia humanitaria o algo muy, muy distinto.

iv

Estaba dormido en mi recámara, en la casa de campo, cuando me despertó el ruido. El ruido. Otra vez. Mis papás peleando de nuevo, discutiendo a gritos, y cada tanto un ruido más concreto, los gritos endureciendo las palabras que se volvían cosa más sólida.
Sentí sed, pero no podía salir a la cocina. Si me escuchaban, si sabían que me habían despertado, se podía poner peor. Para qué darles un motivo más de discusión. “Ya viste, lo despertaste”. “Lo despertaste tú con tus gritos de cerdo”.
Perdí el sueño por completo y me quedé varios minutos quieto en la oscuridad, sintiendo las sábanas ligeramente frías contra el cuerpo, la almohada hundida bajo la presión de mi cabeza. No tenía nada puesto, no me gusta usar piyamas. Pensé en masturbarme, pero los gritos seguían y hubieran desgarrado cualquier fantasía que consiguiera imaginar. Y aunque lo hubiera logrado después no habría aguantado la culpa.
Para distraerme un poco, busqué a tientas en el cajón de mi mesa de noche. Ahí guardaba mi linterna. Fue fácil encontrarla, el mango es largo, le caben tres pilas gordas. La saqué y estaba también fría. Me la puse vertical sobre el vientre, exactamente sobre el ombligo. Es de los modelos sin interruptor, se enciende girando la parte donde está el foco. Con un ligero muñequeo el haz de luz cayó sobre el techo, como si la gravedad fuera al revés y fuera un líquido dorado que vertiera hacia arriba, concentrada en un punto.
La luz se puso pálida, débil. Las pilas estaban bajas. No recordaba haberla usado tanto. Moviendo la muñeca conseguía que la luz fuera más o menos puntual, abriéndose sobre un diámetro más amplio, o concentrándose en apenas algunos centímetros.
Al jugar con la apertura del haz me di cuenta de que en cierto momento el círculo de luz en el techo formaba una órbita ocular. Una vez que lo descubrí, no importaba qué tanto apretara o aflojara la luz de la linterna, el ojo seguía ahí, con la pupila perfectamente definida y enfocada sobre mí. Podía sentir el peso de su mirada penetrante, penetrándome.
Decidí apagar la linterna, y con ella al ojo. Todo volvió a la oscuridad, pero me sentí todavía más incómodo, como blanco de una luz oscura, que me iluminaba con un haz que no podía ver, sólo sentir.
Giré de nuevo la muñeca. El ojo estaba ahí, esperándome en el techo, en el centro de la luz, como si no se hubiera ido nunca y la luz ahora sólo sirviera para confirmarlo. La intensidad de la luz vaciló un poco. El ojo se meció un segundo para mirarme con mayor intensidad, como si con la oscuridad se volviera más fuerte. Era la energía en las pilas, vacilante. Una vez que se terminaran el ojo habría ganado, podría acercarse cada vez más, mirarme con mayor fuerza.
Desvié la linterna a la pared que tenía a la derecha. El tubo de luz se proyectó contra la superficie ahora blanca. Ahí estaba de nuevo. Contemplándome. Pero más de cerca. Decidí que por lo menos prefería tenerlo a una distancia mayor. Si de todas maneras me iba a mirar, pensé que lo mejor era poder verlo yo también, y tenerlo a la mayor distancia posible.
El área más alejada de mi cama era la pared de enfrente. Por la distancia, el ojo se abrió más que antes. No pestañeaba. No tenía párpado. Sólo miraba. Me miraba. Tan atraído hacia mí como yo empezaba a sentirme hacia su pupila de sombra incandescente.
Moví nuevamente el cuello de la linterna, por accidente. El ojo se cimbró un segundo y cuando volvió a quedarse quieto algo había cambiado un poco. El paréntesis central que hacía de pupila, de donde emanaba su visión se había dilatado. Me sentí un poco mejor, con mayor libertad. Como si el ojo no pudiera enfocar.
Abrí más el flujo de luz, haciendo que la superficie circular se ampliara un poco contra el perímetro de oscuridad alrededor. La pupila siguió cediendo, hasta dilatarse como un pequeño túnel. Adentro de él se abría una penumbra más suave, sedosa, muy diferente del negro rotundo que quedaba afuera del círculo.
Mis padres comenzaron a discutir de nuevo. La pilas dieron otro bajón y la pupila pareció cerrarse un poco, como recuperándose. Decidí intentar algo. Dejé la linterna sobre la cama, apoyada de tal manera que el círculo sobre la pared no se moviera. Una vez estable, me acerqué cuidando que mi sombra no interfiriera con la luz.
Alcé una mano hacia el centro del círculo. Pude sentirlo. Era suave y líquido a la vez, como si las sombras fueran de un mercurio tibio y oscuro. Metí la mano hasta el codo. La sensación era cada vez más agradable. Intenté comprobar si cabía yo entero.
Lo único que puedo ver es la linterna sobre la cama y el haz que me apunta, pero su mirada va perdiendo interés. Cada tanto merma un poco. No sé qué vaya a suceder cuando se extinga. Tal vez me apague yo con ella, tal vez me quede atrapado aquí adentro. Tengo solamente una certeza: a las pilas y a mí nos quedan apenas unos minutos de luz.

PendientePara incluir en algún lado también esta frase como reflexión final:
—Los sueños al menos no se pudren.

Echarle un ojo a:
Relación Arcano 18