Del blog de Memo Vega:
El otro día andaba medio deprimido. Sentado, solo, en la mesa de la cantina, se me acercó un parroquiano, un hombre como de sesenta años, canoso, flaco, curtido, con el rostro encendido por el sol o por el alcohol o por ambos. Quién sabe qué tan mal me ha de haber visto, que me dijo:
– Sea lo que sea, no vale la pena preocuparse demasiado.
– ¿Por qué?
– Culito que ha de ser de uno, solito viene y se ensarta.
No me quedó más que asentir. Lo invité a que se echara una copa conmigo, pero me dijo que él ya tenía suficiente por ese día.
– Me pasé toda la tarde peleándome con una botella de tequila. A ver quién terminaba antes con quién: si ella conmigo o yo con ella.
– ¿Y quién ganó? -dije estúpidamente.
– En eso nadie gana, compañero. Porque si te la bebes, te la chingas a ella y de todos modos te chingas tú, y si no te la bebes, sale lo mismo, porque las botellas se hicieron para beberse, y si ya la compraste y no te la bebes, pues nomás la desperdiciaste.
– Entonces por eso tampoco vale la pena preocuparse demasiado. Se me quedó viendo con la mirada vidriosa, sonrió beodamente y me dio una palmadita en la espalda:
– Me da gusto que aprendas rápido.
Y se fue.Pedí una botella de tequila. Se me ocurrió que con las mujeres es lo mismo que con las botellas de tequila: o ellas acaban contigo o tú acabas con ellas. Seguí pensando en ese culito que tendrá que ensartarse de todos modos. Terminé con la botella, o ella conmigo, a esa hora ya daba igual. Pedí un taxi y me fui a dormir.Cuando desperté, había un mensaje de ella en el celular: «Me voy a Ixtapan de la Sal. Regreso hasta el sábado. Besos».
En el refri no había ni una pinche cerveza.