La presentación de Invasión en Guadalajara fue apurada, pero la sigue un muy buen sabor de boca (y eso a pesar de que por segunda paso por Jalisco sin poderme comer una torta ahogada.)
Tan pronto pisé el hotel empezaron las entrevistas . Los periodistas fueron profesionales y muy agradables. A pesar de su crecimiento reciente, Guadalajara no se contamina todavía de ese acelere acre que de repente nos caracteriza a los chilangos (en mi novela Sus ojos son fuego aventuro una explicación fantástica al respecto.) La animación de un reportero en particular cuando hablamos sobre literatura dejó en claro que su interés no era solamente periodísitico.
–Tú también escribes, ¿verdad? –le pregunté al terminar la entrevista.
–Aunque no lo parezca –respondió.
En la noche todo salió bien, a pesar de que había cuatro eventos literarios simultáneos en la ciudad, dos de ellos ahí mismo en el Ex Convento del Carmen. Miembro destacado del público fue Rogelio Villareal. Después del evento nos fuimos por ahí él y los presentadores, Fernando de León y Jorge Souza.
De regreso al aeropuerto me llévo un chofer que iba más rápido que el avión. Los carteles rojos de Jesús está chido pasaban volados a nuestro lado.
Ya en el avión pude leer La Manzana, que me había regalado el día anterior Fernando, y que edita Ingrid, su mujer. La lectura, llena de encuentros afortunados, duró casi lo mismo que el vuelo. Me topé con «Vinil», poema de Xitlálitl Rodríguez, quien curiosmente un enlaces fundamental para la edición de Invasión, y también un texto de Ricardo Solís. Ya decía yo. A partir de ahí pude localizar su blog: accidentes afortunados que son negocio de nadie. En esta reflexión sobre la escritura se entiende por qué: