Este texto de Rafael Pérez Gay es casi lo contrario a lo que sugiere y tiene bastante de lo que, insisto, más necesitamos en estos momentos: mucho humor. Va un fragmento:
Ese mismo día estábamos en la cola del supermercado. No piensen mal. No hicimos compras de pánico. Si empujábamos dos carritos repletos es porque en casa faltaban víveres. Por cierto, en la alacena hay atún como para invitarles tortas a todos los que asistan al día del Juicio Final.
Pensé que me sentiría bien bajo la protección imputrescible del hogar, pero después de que acomodamos toda la mercancía me sentí muy inquieto. Empecé a segregar miedo. La cifras subían y bajaban como la bolsa de Nueva York. Los sospechosos de influenza subieron, pero bajaron los hospitalizados y de forma mágica, y porque Dios es grande, los muertos se redujeron a solamente siete.