El asombro siempre acecha, como una bomba de tiempo en la que, pase lo que pase, nunca fallará el mecanismo. Si al más desencantado, al más sabio, al más escéptico o al más idiota de los hombres -o sea: al que juzga que ya nada podría sorprenderlo- le está deparado asombrarse, se asombrará sin remedio, así se necesite algo peculiarísimo para conseguirlo: un fantasma, un ovni, una marrana con sus crías cantando «Amor chiquito».1
1.- Se cuenta en Cihuatlán, Jalisco, que así se manifestó el diablo, por la calle principal, en la tercera década de este siglo.
José Israel Carranza, La Estrella Portátil, 1997, Fondo Editorial Tierra Adentro.